viernes, 29 de mayo de 2020

DE GRINGADAZOS Y GUAJOLOTERAS

Habían matado a Colosio y mientras me dirigía a la escuela en el autobús, pensaba en el revuelo que se armaría. En los Estados Unidos, donde gracias a mis abuelos y tíos estudié la preparatoria, existe y siempre ha existido un ala muy conservadora que quiere ver a México hundido, y entre ese grupito había (y probablemente sigue habiendo) maestros que, a la menor oportunidad, comenzarían a joder. No tardaron mucho los gringadazos, pero ya iba preparado.

 

Una de esas maestras comenzó a decir: "Existen países corruptos y peligrosos para vivir como México, donde acaban de asesinar al candidato presidencial más popular. ¡Habrase visto! Que suceda eso en un país dizque civilizado en pleno siglo veinte. Afortunadamente no estamos allá; estamos en los Estados Unidos de Norteamérica, donde todo es mejor. Todo sería perfecto si México no nos enviara drogas; pero eso acabará pronto. Con nuestra ayuda, el Gobierno mexicano acabará con los narcos. ¿O ustedes qué piensan?" En aquella clase había gringos, pero la mayoría éramos mexicanos y uno que otro salvadoreño. Como sea, nadie habló. Casi todos estaban ahí de forma ilegal y temían decir cualquier cosa por miedo a represalias. Entonces levanté la mano. "¡Señor Arce! ¿Así que quiere hablar?"

 

Me hizo pasar al frente mientras se escuchaba el murmullo de los compañeros. "Bien, hable usted". "Antes de comenzar, quisiera su autorización para lo que he de decir. Soy un estudiante extranjero y mi estatus no me permite opinar sobre cuestiones políticas, migratorias o de seguridad interna, a no ser que se me pregunte. Así que… ¿Qué me dice?" La maestra guardó silencio por unos segundos y luego dijo: "Puesto que se trata de un debate escolar, le autorizo hablar". Y me preguntó sarcásticamente: "¿Va a defender a su país?" Como ya tenía el permiso, y la pelota en la mano, comencé: "No voy a defender a mi país. Los mexicanos seríamos tontos si no reconociéramos que de ahí les llega a ustedes toda la droga que viene de Colombia; pero lo que sí quiero manifestar es que me encuentro muy sorprendido. Llevo viviendo aquí poco menos de un año, y me doy cuenta de que muy a pesar de tener un sistema de inteligencia tan bueno, tan eficiente y casi perfecto, la droga sigue llegando a las escuelas sin que nadie pueda hacer nada. Puedo entender que México envíe drogas; no puedo entender, sin embargo, cómo es que, ya estando en territorio estadounidense, esas mismas drogas pueden distribuirse con toda libertad a pesar de tanta policía y seguridad". "¡Pinche Omar!" Murmuró una compañera en español. Yo seguí hablando. "También me doy cuenta de que en este país, tan civilizado y abierto a los derechos humanos, todavía la policía mata personas por ser negras. En México, un candidato presidencial ha sido asesinado y el hecho es innegable; pero cualquier mexicano de esos que ustedes consideran poco civilizados que viene aquí como su servidor, esperaría que los Estados Unidos de Norteamérica, la gran nación como ustedes la llaman, demostrara esa civilidad que sus ciudadanos tanto pregonan y que estoy seguro de que tienen. La pregunta es: ¿Por qué no logro verla?"

 

Iba a continuar mi discurso con el tema de la fabricación y venta de armas a grupos disidentes, pero me gritó: "¡Basta! Le di permiso para que opinara, pero esto ya es el colmo. Debí haber supuesto que tras esa actitud humilde traía usted la piedra escondida". Yo, contento por la reacción que había generado, le dije: "Bien, entonces retiro lo dicho (al cabo ya había escupido mi veneno) y vuelvo a mi lugar. Haga usted de cuenta que no dije nada". Pero lo dije y la verdad es que nunca me lo perdonó. No me hizo nada, pero desde entonces se notaba distinta conmigo.

 

De esto que le cuento, amable lector, hace ya 26 años. Ya no es tan fácil que en México un candidato sea asesinado; pero hoy que leo cómo de nuevo hay disturbios ocasionados por la muerte de una persona negra a manos de un policía, me doy cuenta de que no obstante que ha pasado mucho tiempo, aquel país "civilizado" no cambió. Lástima que la maestra ya nos lee desde la tumba porque de no ser así, la llamo para recordarle el día en que me di el gusto de acomodarle unas guajoloteras con pencas de nopal, y chanse y hasta le arrimaba otras cuántas.

Facebook: https://facebook.com/omar.arcenolasco

Twitter: @elbastonazo

Teléfono y WhatsApp: 322 191 10 89.


No hay comentarios:

Publicar un comentario