jueves, 4 de diciembre de 2014

VIAJANDO A CIEGAS

Era el año 2001. Había ido a vacacionar con unos amigos que también
son ciegos, y que conocían bien el trajín de la gran ciudad de MÉXICO.
Uno de esos días, me dijeron: "Mañana iremos al centro; pero como
nadie que pueda ver nos acompaña, te vamos a enseñar cómo le hacemos
para viajar juntos sin que nos pase nada, y cómo treparnos al metro".
Y así viví una verdadera experiencia en cuanto a mis aventuras en el
DISTRITO FEDERAL. ¿Quiere que le siga contando lo que pasó?

Pues bien, al otro día salimos todos (éramos cuatro) como a las seis
de la mañana, y nos dirigimos primero a tomar un autobús que iba
retacado de gente hasta las puertas. Lo mismo que en VALLARTA; pero
más barato y apretado. Yo no sé cómo se puede vivir entre tanto
gentío, y todos corriendo despavoridos hacia un lado y a otro; pero
supongo que se acostumbra uno, porque a los días aquel relajo ya me
gustaba. En esos camiones del DISTRITO FEDERAL pasa de todo; pero es
tema de otra columna.

Como dos horas después llegamos al metro de la NORMAL, y ahí, mis
amigos me dijeron: "Cuando oigas que el tren (METRO) se detiene, sin
más ni más te lanzas contra la puerta; porque aquí el que no corre
vuela y vas a sentir que te empujan, te pegan, te agarran las nalgas y
hasta puede que Tú también agarres algo. Ojalá que lo que agarres sea
de mujer, porque si no ya te chin... Si no logras subir, espera el
próximo que tardará como cinco minutos en llegar, y haces lo mismo. Te
vas a la siguiente estación y nos buscas ahí". Ya arriba (en aquella
ocasión sí alcancé a subir) el que iba dirigiendo tomó lista y fue ahí
donde, al no respondernos, supimos que faltaba uno. En efecto, quiso
DIOS que para mi propia experiencia, uno de nuestros compañeros se
quedara. Bajamos todos en la siguiente estación para esperarlo, y no
tardó en llegar el siguiente convoy. Se detuvo frente a nosotros
mientras guardábamos silencio para oír la señal, pero la señal no
llegó. Tres bastonazos en el suelo, a los que nosotros debíamos
responder con otros tres para que nos ubicara. Pensamos entonces que
algo había pasado, y en tal caso, según lo habíamos acordado desde
antes, tendríamos qué regresarnos por si nuestro amigo había tenido
algún accidente. Pudiera ser que se cayó a las vías del metro, o tal
vez que alguien le rompió el bastón o lo tiró al suelo cuando trataba
de subir al vagón... ¿Qué había sucedido?

Ya nos íbamos de regreso como decía mi abuelita, "con el JESÚS en la
boca", cuando escuchamos que nos dijo: "¿Verdad que los asusté
cabrones?" Y sí, nos había espantado; aunque no sé si las tres patadas
que le vinieron directo a las nalgas después de eso lo hayan espantado
a Él. Así nos encontró el que faltaba, y volvimos a tomar el metro
pero ya completos.

Y como decía, claro que nos asustó; pero entre nosotros solíamos
jugarnos bromas como esas, y aún peores. Por ejemplo, esconderle el
bastón a alguno, nomás para oírlo como loco buscándolo. Lo que sí
puedo asegurar es que, sea como sea, siempre buscábamos cuidar la
integridad del otro cuando salíamos así; y la verdad... ¡Cuánta falta
hace esa camaradería entre las personas con discapacidad! Porque la
unión y familiaridad que usted puede ver en las marchas del DÍA
INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD, de sobra sabemos que
son una hipocresía porque hay líderes de organizaciones que no se
matan entre sí nomás porque matar es delito. ¿O no?

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