jueves, 19 de septiembre de 2019

LA VIDA DE UN PERDEDOR

"No haces café por no quemarte, no cruzas una calle para que no te atropellen, no sales con chavos porque podrían ser vividores o podrían no convenirte, no haces nada que conlleve un riesgo porque según Tú, tu vida vale más que eso; sin embargo, una vida sin riesgos como la tuya vale a diez centavos el kilo y por lo regular, nadie la compra". Así le hablaba a una amiga ciega que vive la vida procurando arriesgarse lo menos posible y que claro, también obtiene de la vida lo menos posible y vive quejándose de ello.

Amables lectores, el riesgo es la posibilidad de que se produzca un contratiempo o una desgracia, o de que alguien o algo sufra perjuicio o daño; pero lo importante no es saber lo que es, sino entender que está en todas partes y el que no quiere afrontarlo no tendrá nada bueno de la vida. ¡Y es que piénselo! El que se casa se arriesga a descubrir que su pareja no era quien Él pensaba; el que abre un negocio se arriesga a fracasar; el que invierte a perder; el que se las canta a una chica para que sea su novia a que le digan que no… La idea es que siempre habrá riesgos que afrontar y que solo el atrevido, el loco al que nada le importa con tal de alcanzar sus sueños es el que se avienta y los afronta. Es todo, o nada. Así de simple. Sin embargo, a la hora de tomar decisiones a la mayoría les asalta el miedo y comienzan a pensar en lo que podría salir mal. ¿Por qué no mejor, ya que se requiere del mismo esfuerzo, piensan en lo que puede salir bien? Es el mismo desgaste, pero más placentero.

La vida de los ciegos es una vida de muchos riesgos como la de todos ustedes; solo que hay ciegos que se avientan como su servidor, y hay ciegos que se apocan ante ellos. Un día, cuando estuve preparado para salir a las calles con mi bastón, la maestra de Orientación y Movilidad me llevó a una intersección muy cargada y me dijo: "Hoy es el día; ya estamos en una de las esquinas con más tráfico y aquí no son carritos de juguete como los que utilizamos para enseñarte la teoría. Ahora vas a cruzar como te he enseñado, pero primero cruzaremos los dos; solo que Tú eres quien me dirá en qué momento podemos hacerlo". Dos veces lo hicimos y cuando Ella estuvo segura de que dominaba el ruido de los coches, dejó que Yo lo hiciera solo con mi bastón mientras Ella me veía. Así, pues, me coloqué en la esquina como debía hacerlo y esperé el momento de cruzar; cuando lo creí conveniente arranqué levantando la mano izquierda como debe hacerse para que los conductores lo vean a uno en caso de cruzar en el momento equivocado y a los pocos pasos, oí el rechinar de llantas. Había escuchado mal y crucé cuando todavía no era el momento. A media calle me di cuenta de eso, pero se me había enseñado que no debía parar ni titubear; así que seguí caminando mientras paraba carros por todas partes. Por poco me atropella un camión de carga. Cuando estuve del otro lado, llegó la maestra muy espantada y después de regañarme por mi descuido (Ella había hecho señas para que todo mundo se detuviera y pudo cruzar detrás de mí pero no me alcanzó), me dijo que estaba helada de miedo y que aunque aún no se le moría ningún estudiante ciego, ya había habido alguno que otro accidente con otros colegas suyos. Luego me dijo: "Ya estuvo bueno de sustos por hoy; regresaremos a la escuela y volverás aquí pasado mañana para volverlo a intentar".

Volví muchas veces ahí, y con el tiempo pude dominar esa intersección. Hoy viajo solo y he conocido muchos lugares gracias a aquella dura e inflexible maestra, la señora Leah, que con su férrea disciplina me enseñó a hacer mapas mentales de las ciudades, manejar el bastón con técnica y no como casi todos los ciegos lo hacen aquí que nomás van dando palos a lo tarugo, y no voy a negar que dos o tres veces más estuve a punto de ser atropellado, pero lo logré. Me arriesgué y aquí estoy. Me pregunto qué habría pasado si en vez de arriesgarme, hubiera hecho caso a mis miedos. De seguro que no viajaría solo como ahora lo hago, ni conocería tantos lugares del mundo. No tendría tantas experiencias que contar y mi vida sería de lo más aburrida. La vida sin riesgos es la vida de un perdedor, y por eso lo invito a que piense que vida nomás hay una. No la desperdicie pensando en los riesgos; mejor aviéntese. Total, lo peor que puede pasarle a uno es perder la vida pero… ¿Para qué la quiere uno sin placer y adrenalina? ¿De qué sirve un cofre lleno de oro en el fondo del mar? Piénsele y nos leemos mañana.

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