jueves, 4 de junio de 2020

LA SINIESTRA VERDAD

Amables lectores, quiero hablarles de un siniestro, pero nada raro fenómeno que se está presentando en la gente que cree en la mortalidad del Coronavirus, y sobre todo, en esos que sintiéndose policías del mundo nos regañan, nos pendejean y reniegan de nosotros tachándonos de "irresponsables" por querer vivir la vida sin miedo.

 

Resulta que mientras que Yo, y muchos otros salimos sin tapabocas cuando podemos, nos reímos de la absurda pandemia de veinte muertos y tenemos la seguridad de que nada nos pasará, esos asustados, que viven encerrados, arrodillados y suplicando a sus dioses, que salen hasta con tapatraseros por si las dudas y que temen tanto al tan llevado y traído Coronavirus, son los que se están contagiando. ¿Cómo es eso? Muy simple, y se lo voy a explicar (con mis anotaciones humorísticas entre paréntesis) mediante el resumen de un relato llamado LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA, escrito por ÉDGAR ALLAN POE, y que Yo leí en una de esas noches que me quedo hasta muy tarde escuchando radioteatros de terror mientras bebo café a la luz de una vela aromática.

 

En este relato una misteriosa peste llamada Muerte Roja ataca la ciudad de Próspero, príncipe de una ficticia nación, al cual le complacía darse todo tipo de placeres de los que un rey puede disfrutar (o sea era muy Omar porque le gustaba todo lo bueno), como el buen gusto, las artes, los bailes orquestados y fiestas rodeadas de diversión y sarcasmo. Al darse cuenta de que la peste atacaba a toda su región, decide encerrarse en su castillo (como los asustados en sus casas) junto con varios cientos de nobles de su corte los cuales intentan escapar de la Muerte roja. Como si de un asustado por Coronavirus se tratara, el Príncipe (además de pendejear a todo el que quiera salirse como lo hizo Alfaro y lo hacen los asustados en Facebook) manda sellar todas las entradas, las ventanas, los resquicios y ranuras de todas partes, no fuera a ser que por ahí se metiera la peste. Como ya estaba encerrado, Susana Distancia comenzó a valerle sorbete y cierta noche, el príncipe decide realizar la mejor fiesta de disfraces jamás hecha. Para esto su castillo consta de siete aposentos pintados cada uno de diferente color y con vitrales del mismo tono de las paredes, a excepción de una pieza, la habitación negra, la cual tiene los vitrales pintados de rojo creando un ambiente terrorífico y fantasmal. Mientras los invitados disfrutan de la fiesta, la gente continúa muriendo fuera, atacada por la enfermedad y sin ninguna ayuda. Todos en el castillo bailan y se pasean por los aposentos, excepto por el negro, en el que se encuentra además un reloj de ébano que da cada hora, interrumpiendo así la fiesta y provocando en ellos un estado de terror inexplicable. Durante el transcurso de la fiesta Próspero se fija en un extraño disfrazado con un atuendo negro y el rostro cubierto por una máscara que representa una víctima de la peste. El príncipe, que se siente gravemente insultado por ello (como los asustados cuando uno sale y le echan la culpa de todos los contagios del mundo), requiere al desconocido que se identifique. Para horror de todos, el invitado no sólo se revela como víctima de la enfermedad, sino como la personificación de la misma Muerte. A partir de ese momento, todos los ocupantes del castillo contraen la enfermedad y mueren.

 

Y eso, AUNQUE LOS MÉDICOS Y LOS ASUSTADOS QUIERAN CRUCIFICARME, es lo que está sucediendo con los que se espantan con el virus y deciden recluirse. El virus, que está en el aire y por tanto nadie puede detenerlo, se les está metiendo a las casas como la muerte se filtró en la fiesta del Príncipe del relato y lamentablemente, por el miedo que tienen, sufren los síntomas y hasta se mueren. Lo demás es sencillo: Culpar a cualquiera que sí salga y con el cuál hayan tenido contacto. Pero eso es imposible. Porque lo lógico, y díganme ustedes si no, es que si Yo salgo a la calle Yo sea el primero en contagiarse, para luego contagiar a otros. No es así. Los asustados padecen los tan cacareados síntomas y Yo no. Los encerrados se están enfermando (Y MURIENDO) y Yo no. ¿Les dice algo?

 

A mí sí, y si me lo permite, daré vida y personalidad a la muerte para exponerlo: Aquí la siniestra verdad es que estamos destinados a morir, y ni usted ni Yo podemos huir de eso. Si ya nos toca, podemos encerrarnos a piedra y lodo si queremos; pero hasta donde estemos, ahí va a llegar Ella sin falta y a la hora exacta para recogernos. ¿Para qué vivir asustados? Si ya nos vamos nada podemos hacer; si no, estamos asustados en vano. Lo mejor que podemos hacer es reactivarlo todo, salir, trabajar, disfrutar de la vida el tiempo que nos quede y dejarnos de tanta preocupación infundada. Que se muera el que tenga que morirse y que a los demás nos dejen en paz. ¿O usted qué dice? ¿Le gusta estar sin dinero y sin trabajo?

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