viernes, 1 de agosto de 2014

EL BASTONAZO Y LA TRASTORNADA

Siempre lo he dicho: Cuando somos niños, nos dicen que debemos cuidar la alimentación para evitar la obesidad. Cuando somos jóvenes, para que nos veamos bien. Cuando somos adultos para evitar un paro cardíaco y cuando ya seamos viejos, será para cuidar nuestra salud y alargar los pocos años que nos queden. El chiste es que a uno ya no lo dejan tragar a gusto, y lo quieren tener a puro zacate como a los conejos. Pues bien, nuestros amigos los psicólogos (como si hubieran hallado el hilo negro del asunto) dicen que han descubierto que el comer sano ya se ha vuelto un trastorno mental como la bulimia o la anorexia. Permítame hacer un sarcasmo, y preguntarles: "¿De veras?"

 

Eso Yo lo sabía. Hace algunos años, cuando todavía trabajaba en el AYUNTAMIENTO de PUERTO VALLARTA, tuvimos una compañera de esas latosas y tesoneras que traía el rollo de cuidar lo que comemos. Como nadie la seguía en sus delirios de puritana de la salud, propuso al jefe que todos los empleados de la oficina nos sometiéramos a un régimen alimenticio en el que evitaríamos toda la comida chatarra (que es la más buena) y que en su lugar, debíamos comer más sano. Y claro, comer más sano significaba almorzar frutas y verduras, bajarle a la tortilla, al pan, y al refresco. También, para vigilar que todos estuviéramos bajando de peso (se creía nutrióloga) llevó una báscula que dizque para irnos pesando cada mes, e ir viendo el progreso. Desde el primer día la mandé a la fregada. No disimulé ni tantito mi falta de ganas de someterme a semejante cosa, Yo que soy amante de las tortas, los tacos, y todas esas porquerías que saben tan rico.

 

Hubo quien le siguiera la corriente, y llegaba con sus verduras; de hecho hubo un tiempo en que ya nadie quería comerse un dulce o un pan, no por cuidarse la salud, sino porque aquella iba a comenzar con sus sermones. Entonces Yo, adrede y como diablo tentador que soy, llegaba con mis deliciosos tacos de birria, mi refresco y mi falta de vergüenza, y dejaba que el aroma se esparciera por toda la oficina. La loquita obsesionada venía y me decía: "¿Omarcito, qué fue lo que dijimos de la alimentación?" A lo que Yo, frescamente respondía: "Usted dijo que deberíamos comer más sano; Yo dije que no. ¿Gusta un taquito?" Entonces me decía: "¡Todos estamos guardando una dieta, recuérdelo!" Yo remataba: "Todos no. Yo dije que no lo haría, y por tanto, solo estoy almorzando como siempre lo hago, sin intenciones de inquietar a nadie. El que quiera comer zacate que coma. Es más, en mi casa tengo tiempo sin cortarlo y si quieren pueden ir a comérselo". Tan mal ejemplo fui, que poco a poco cada uno de mis compañeros de trabajo fue declarando su libertad de comer lo que se le viniera en gana, y al mes, ya nadie respetaba el régimen alimenticio de la latosa.

 

Y es que es cierto amable lector. Si algo vamos a llevarnos de este mundo, es lo comido, lo bebido y todo lo gozado. Yo sigo comiendo igual, sin restricciones, sin dietas, y estoy solo 7 kilos arriba de lo que debo pesar. Coma verduras o coma carne, de todos modos voy al mismo pozo, y lo peor de todo, es que no sé si en el infierno vendan todo lo que a mí me gusta. El día en que un médico loco me diga que debo dejar de comer esto y aquello porque si no me voy a morir pronto, ese día, amables lectores, voy a comenzar a comerlo más todavía para aprovechar. No sea que mi madrina (la muerte) venga más pronto y me tenga qué ir sin haber disfrutado por última vez de todo lo que me gusta. Es más, ahorita vengo; voy por diez de asada aquí a los tacos de la laguna. Nos saludamos el lunes. ¡Excelente fin de semana!



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