lunes, 20 de octubre de 2014

RETRATO HECHO POR UNA PERSONA CIEGA

Amable lector, hoy voy a pintar con palabras, lo que las imágenes televisivas con toda su tecnología no han podido enseñarnos. Hoy voy a retratar, y presentar ante usted, ese lado difícil que ya nadie quiere ver porque se nos han olvidado la solidaridad y la humanidad. Acompáñeme, pero venga listo para ver lo que no hemos visto, y no por falta de ojos, sino por falta de sensibilidad y consciencia.

 

Leyendo y escuchando todo lo que ha pasado en GUERRERO con los muertos y desaparecidos de AYOTZINAPA, y también sobre el integrante de la BANDA EL RECODO a quien se le busca desde la semana pasada y de quien no se tiene razón alguna, me puse a meditar sobre lo que es tener a uno de nuestros seres queridos desaparecido. ¿Y sabe qué? Llegué a esta conclusión: Sufrir la desaparición de uno de nuestros seres queridos, es saber con certeza lo que pasa, pero no saber dónde para salir corriendo a rescatarlo. Es la angustia de vivir pensando que los minutos que pasan, significan golpes, torturas y vejaciones, y la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Es implorar al cielo por ayuda, pero al paso del tiempo, es preguntar por qué esa ayuda no llega, y hasta maldecir al mismísimo DIOS por permitirnos la agonía de vivir pensando. Es el desprecio por un país cuyo sistema de justicia no puede, y muchas veces ni quiere siquiera intentar las investigaciones pertinentes. Es reconocer con tristeza, que la tan cacareada SEGURIDAD PÚBLICA, no es más que una sucia y podrida argucia de los políticos y funcionarios públicos, con la que dan al pueblo su atole con el dedo. Es tención que se manifiesta en cualquier llamada telefónica, en la identificación de un cuerpo que no es el que buscamos, o en cualquier auto que en la calle se detiene junto a nosotros. Es esperanza latente de que esa persona desaparecida esté ya muerta, al menos para saber que ya no está siendo víctima de sus captores. Es llorar muchos días con sus noches. Es secarse y morirse en vida por el "adiós" que nunca se dio. Son las ganas reprimidas de descargar nuestra mano sobre aquel que nos privó de la persona a la que se llevaron, pero con la frustración y el coraje de no poder hacerlo. Y si quiere más, déjeme seguirle diciendo.

 

Vivir el levantón y desaparición de un ser querido, es sentarse a la mesa para convivir con el recuerdo, y no poder probar bocado pensando en lo que aquel ser querido está sufriendo. Es entender lo que significa el perdón, pero también lo difícil que resulta. Es despertar, si es que se pudo dormir, tan solo para estrellarse de frente con la triste realidad de que todo sigue igual; de que no hay noticias, ni siquiera indicios que nos lleven a encontrar al que buscamos. Es el miedo, mezclado con la esperanza de descubrir en cualquier bolsa de basura, el desmembrado cuerpo de aquel al que buscamos. Es la sensación de sentirnos espiados y perseguidos por quienes se llevaron ya a uno de los nuestros. Es tener sed de venganza, porque la justicia no quiere hacer nada. Es reconocer que la justicia no tiene los ojos vendados, sino que los tiene vendidos. Y finalmente, es la resignación forzada, con la esperanza de que en verdad haya un más allá, y un juez que, a diferencia del ineficaz MINISTERIO PÚBLICO y del juez terrenal, no le dé flojera realizar su trabajo, ni sacrifique una vida  por llenarse las bolsas con unos cuántos pesos. ¿Y qué podemos hacer?

 

Podemos hacer lo que se nos ha olvidado: Ponernos en el pellejo del otro. Digo, después de todo, el juez, el ministerio público y el secuestrador, salen del pueblo. Que DIOS nos perdone.

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