miércoles, 11 de marzo de 2015

SANTO TOMÁS EN EL ANFITEATRO

SANTO TOMÁS EN EL ANFITEATRO
SIMPÁTICO RELATO ESCRITO EN PRIMERA PERSONA

Cuando se estudia la LICENCIATURA EN DERECHO, es en las materias de
CRIMINALÍSTICA y MEDICINA LEGAL donde se comienza a hablar de cómo
seguir las investigaciones de un homicidio. Una de las actividades a
realizar en estas materias, es la visita a un anfiteatro con el fin de
presenciar una autopsia; pero el maestro de CRIMINALÍSTICA se negó a
llevarnos porque alegaba que no tendría provecho para nosotros, y tan
pronto como lo dijo, se me despertó la curiosidad y eso, respetables
lectores, siempre fue peligroso desde mi niñez.

Decidí entonces mezclarme en el grupo de otro maestro que era amigo
mío, y ahí voy a satisfacer mi inofensiva curiosidad. Salí de mi casa
sin contar nada a mis padres, y como si en verdad me dirigiera a la
escuela; tampoco dije nada a mi grupo, ni siquiera a mis amigos más
allegados. Llegué al lugar antes que nadie, y esperé paciente hasta
que todos estuvieran ahí, y pudiéramos iniciar. El problema se
presentó conmigo cuando, ya en el anfiteatro, por más que mis órganos
se estremecieran al oler la carne descompuesta de aquella mujer que,
por cierto, había sido asesinada con dos balazos hacía ya dos días, no
podía siquiera imaginarme lo que los médicos forenses estaban haciendo
con Ella, lo cuál me impedía tener ciertos conocimientos porque soy
ciego de nacimiento.

Y Ahí estábamos todos, a menos de tres metros de aquel cuerpo sin vida
ya preparados para iniciar, cuando al maestro se le ocurrió lo que
ahora da pie a este relato:

"¿Sabes?" Me dijo. "Tengo una idea para que puedas ver con tus manos
lo que hacen los forenses, pero me dice el médico que te tendríamos
qué vacunar prácticamente contra todo. ¿Qué dices?"

La idea, aquella nauseabunda y repulsiva idea, era que se me
permitiera ver con mis manos lo que mis compañeros veían con sus ojos.
Entonces recordé aquel pasaje bíblico donde SANTO TOMÁS, al decírsele
que JESÚS había resucitado de aquella espantosa muerte, aseguró que
si no veía en Él las yagas, y si no metía sus manos en el costado en
el que le metieron la lanza, no creería. Recordé las veces en que la
iglesia, en sus sermones dominicales, juzgaba esta osadía de TOMÁS
como una prueba de incredulidad y falta de luz espiritual. Supe,
además, que aunque ahora no se trataba de ver al CRISTO RESUCITADO,
estaba en la misma situación del "incrédulo" apóstol. Fácil me sería
decir que no a la propuesta de mi maestro, permanecer donde estaba y
creer todo cuanto se decía mientras en mi nariz saboreaba el dulzón y
"exquisito" olor a carne podrida; pero SANTO TOMÁS me venció. Aunque
no me gustan las inyecciones, al instante dije que "sí" porque quería
ver con mis propias manos, por decirlo así, cada uno de los pasos de
la autopsia. ¿Que fue de mucho riesgo? Tal vez. ¿Que no debe hacerse
así? Pudiera ser. ¿Que fue una imprudencia? Pues sí, lo reconozco;
pero una de las señales de mi DIOS para saber si debo o no realizar
algo, es la presencia de locos que me sigan el juego y de esos,
gracias a la vida vivo rodeado. No debe hacerse esto, pero sirvió para
satisfacer al "incrédulo" que todos llevamos dentro. Como sea, dejemos
los estúpidos escrúpulos de quienes pudieran tenerlos, y sigamos
relatando lo que sucedió.

Por supuesto, aunque dije que sí con firmeza, fueron mil pensamientos
los que a un mismo tiempo pasaron por mi mente. Primero pensaba: ¡Si
desde aquí, y aún teniendo una máscara de oxígeno puesta no puedo
soportar la pestilencia de la muerta, cómo voy a soportarlo cuando
toque su podrido cuerpo! Y... ¡Eso! Eso era también lo que me mantenía a
la expectativa. Nunca había tocado un muerto y mucho menos de dos
días. ¿Qué era lo que Yo iba a sentir?

No lo sabía, aunque lo intuía. Entonces sentí una mano fría y ligera
que se posó sobre mi hombro, y escuché la entrecortada voz de una de
mis compañeras, que solo atinaba a decir:

"Pero... Pero... Pero..."

Pero ya no pudo decir nada más porque le fue imposible debido al
nerviosismo, y porque era el momento de comenzar. Poco a poco, en
segundos que a mí me parecieron siglos, me acerqué a la fría plancha
donde yacía la mujer. Holas frías y calientes chocaban en mi cuerpo, y
un extraño temblor, un sacudimiento interno casi me hace retroceder,
mientras detrás de mí, escuchaba los murmullos de mis compañeros. El
médico tomó mi mano derecha y, al hacerlo, noté cierta pesadez en
ella. Estaba rígida, como si lo que fueran a mostrarle le causaría
repulsión...Y así fue. No porque tenga miedo a los muertos, pues para mí
un cuerpo sin vida es como un cascarón sin huevo; pero no deja de ser
repulsivo, y hasta algo escalofriante, tocar los restos mortales de
una persona, y más cuando ya tiene dos días de muerta.

Pero no hay plazo que no se llegue, ni fecha que no se cumpla, y en
cuanto a mi mano, muy pronto sintió la frialdad y la rigidez de los
pestilentes restos de aquella mujer. Una piel seca, y realmente
asquerosa; pero que al tocarla, acabó con los nervios que segundos
antes me invadieron. Primero me la mostraron tal como fue hallada.
"Por aquí y por acá entraron las balas como puedes sentir, y por aquí
y por acá salieron". Me decía el médico mientras Yo tocaba los
boquetes que le habían dejado las balas en el frío cuerpo, sintiendo
tremendas ganas de vomitar. Hecho esto, procedieron a abrirla cual si
se tratara de un muñeco de trapo. Pude entonces tocar su estómago
abierto, lleno de náuseas por los fétidos olores que despedía el
cuerpo ya abierto. Pude tocar cómo es que le hacen la limpieza a los
muertos, y cómo les descorchan la cabeza para revisar los órganos que
hay dentro. Conocí todo el instrumental con que los limpian, y a
través de una bolsa de nailon, toqué todo cuanto habían sacado del
cuerpo. Por supuesto, me dio asco comer carne como en una semana, pero
fue una experiencia emocionante para mí.

Después los médicos me lavaron las manos perfectamente, aunque Yo
volví a lavármelas cincuenta veces más al llegar a casa y es que, las
náuseas, por más que me lavara, no se iban de mí. Lo que es más,
todavía hay cierta comida que no les diré, que me recuerda ese olor a
putrefacción del cuerpo humano; sin embargo, y a pesar del
sacudimiento nervioso y todo lo que implicó mi osadía, les confieso
que no me arrepiento de haberle hecho caso al inquieto SANTO TOMÁS que
todos llevamos dentro.



--
"Cuando pienses que ya todo lo has intentado, recuerda... ¡No lo has
hecho!" ADAM J. JACKSON.

No hay comentarios:

Publicar un comentario