martes, 15 de abril de 2014

LAS BUENAS OBRAS. DEDICADO A MIS ALUMNOS DE ÉTICA JURÍDICA

Las buenas obras son necesarias en todo ser humano, pero como en toda virtud, siempre deben ser equilibradas, y nunca jamás intentar ser más cristianos que CRISTO. Eh aquí una fábula, y luego una experiencia propia basada en ella, que nos explica bien esto.

 

»El granjero, que entendía lo que decían los animales entre ellos, todas las noches se paraba sólo para escuchar lo que hablaban. Una noche oyó al buey quejarse al asno de la dureza de su destino: «Arrastro el arado desde la mañana hasta la noche. Poco importa que haga calor, que esté cansado o que la yunta me irrite el cuello, igualmente tengo que trabajar. En cambio, tú eres una criatura hecha para el ocio. Decorado con una manta de colores, no tienes otra cosa que hacer que llevar a nuestro amo adonde desee ir. Cuando no va a ninguna parte, descansas y paces durante todo el día.»

»El asno, a pesar de sus peligrosos cascos, era de naturaleza buena y simpatizaba con el buey. «Amigo mío, respondió, trabajas mucho y me gustaría aliviar tu suerte. Así que, voy a contarte cómo puedes tener un día de descanso. Por la mañana, cuando venga a buscarte el esclavo para la labranza, tiéndete en el suelo y empieza a mugir sin cesar para que diga que estás enfermo y---que no puedes trabajar.»

»Entonces, el buey siguió el consejo del asno y a la mañana siguiente, el esclavo se dirigió a la granja y le dijo al granjero que el buey estaba enfermo y que no podía arrastrar el arado.

»"En este caso, dijo el granjero, unce al asno pues igualmente hay que labrar la tierra."

»Durante todo el día, el asno que solamente había querido ayudar a su amigo, se vio forzado a hacer el tra­bajo del buey. Por la noche, cuando lo desengancharon del arado, tenía el corazón afligido, las piernas cansadas y le dolía el cuello porque la yunta se lo había irritado.

»El granjero se acercó al corral para escuchar.

»El buey empezó primero. "Eres un buen amigo. Gracias a tu sabio consejo, he disfrutado de un día de des­canso."

»"En cambio yo, replicó el asno, soy un corazón compasivo que empieza por ayudar a un amigo y termina por hacer su trabajo. A partir de ahora, tú arrastrarás tu propio arado porque he oído que el amo decía al esclavo que fuera a buscar al carnicero si todavía seguías enfermo. Espero que lo haga porque eres un compañero perezoso."

»Nunca más se hablaron. Allí terminó su amistad.

 

Moraleja: Si vas a ayudar a un amigo, hazlo de modo que sus responsabilidades no caigan sobre ti.

 

Aunque esta historia la saqué del libro EL HOMBRE MÁS RICO DE BABILONIA, Yo mismo comprobé su eficacia y voy a contarles cómo:

 

Hace un par de años, una amiga mía vino a mí y me dijo: "Omar, tal compañera de trabajo me está pidiendo prestados treinta mil pesos, porque dice que los necesita para darle de comer a sus hijos y pagar de una vez sus deudas. Yo tengo crédito abierto en el banco y puedo pedir el préstamo por Ella pero… ¿Tú qué me aconsejas?"

 

Como Yo conocía a la compañera a la que Ella se refería, y siempre he sido frío en cuestiones de dinero, le dije: Mira, Ella siempre está endeudada y siempre está pidiendo prestado. A fin de mes, siempre acaba comiéndose las uñas y curándose la úlcera por sus preocupaciones económicas y además, para colmo, anda con hombres casados a los que se dice que les da dinero. Mi consejo es que no le prestes nada".

 

Al oír mi respuesta, Ella se quedó estupefacta. No esperaba mi frialdad en cuestiones de dinero, y mucho menos, porque la chica aquella también era mi amiga. Después de oírme, respondió: "Omar, eres un desgraciado. Tú sabes que se está ahogando, que ya ni envía a sus hijos a la escuela porque no tiene ni para el pasaje y que en este momento, no trae ni para un pan. Ella necesita el dinero y no puedo dejarla. Voy a prestárselo y gracias por tu consejo". Amablemente, y sin inmutarme siquiera, le repliqué: "Haz lo que quieras, y veremos al final quién es el desgraciado".

 

Tiempo después, puesto que soy abogado y una de las materias que trabajo es la mercantil, mi amiga volvió a mi oficina, y desesperada me dijo: "Como ya sabes, le presté el dinero porque su situación era mala. Ahora, el banco me exige el pago de la deuda y Ella no puede pagármela porque a pesar del dinero que le di, sigue en las mismas condiciones. Quiere pagarme, pero no tiene cómo. Por mi tardanza, ya no debo treinta mil pesos, sino cuarenta y cinco mil, y la deuda por intereses moratorios sigue subiendo. ¡Qué hago Omar! ¡Van a embargarme mis bienes!"

 

Para dar la noticia que iba a darle, di primero un sorbo a mi café, y luego un suspiro profundo. "Te advertí antes de cometer la burrada, porque después nada puede hacerse. Si no tienes el dinero para pagarle al banco, despídete de tus bienes, y hazlo antes que la deuda crezca y puedan embargarte hasta la casa". Solo entonces, aquella mujer entendió lo que desde un principio quise explicarle; pero era tarde. El error acabó costándole sesenta mil del águila. Sesenta mil pesos que nunca disfrutó, pero que tenía qué pagar al banco. ¿Qué necesidad había de eso?

 

Y todo esto, amigas y amigos, aplica también para todo tipo de buenas obras. Por ello hay qué analizar bien antes de sucumbir a la tentación de ayudar. Los sentimientos nos pueden mover a la misericordia; pero antes que eso suceda, primero debemos pensar y analizar.



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