viernes, 14 de febrero de 2020

CONFECIONES DE UN CÍNICO QUE AMA

Me casé porque quise. Nunca me importó que algún dios lo mandara o no, ni los prejuicios sociales de quienes, al verlo a uno pasar de los veinticinco, comienzan a joder con que "ya estás muy grandecito", "se te está pasando el tren", "soltero maduro joto seguro" y cosas por el estilo. Lo hice porque quería y porque podía, y además, porque habiendo conocido a la que ahora es mi mujer, y habiendo reconocido en Ella a la mujer que Yo deseaba encontrar, pensé que Ella, además de mi palabra de hombre, merecía también un compromiso firmado ante la ley.

 

Me casé con la idea de que fuera para siempre, y también juré en una ceremonia cristiana estar con Ella hasta que la muerte nos separara, pero lo hice sabiendo que podría no ser verdad y es que uno no sabe. Ni los dioses, ni los papelitos firmados ante la ley garantizan el amor eterno aunque se predique siempre lo contrario. He sido, como a usted le consta, el asote de las religiones; pero también hacerme el decente me salió siempre muy bien, así que aprovechando mis habilidades histriónicas hice el mismo teatrito de jurar en ceremonia religiosa, cagado de la risa por dentro porque nunca he creído en ninguna iglesia, pero lo hice nomás porque era gusto de Ella y Yo quería complacerla; aunque igual, sabía que ni el dios de esa y de ninguna iglesia puede ofrecer esa seguridad que nos venden las telenovelas y películas románticas.

 

Me casé, amable lector, y le repito que lo hice con la mentalidad de que fuera para siempre al menos por mi parte; pero con la consciencia de lo que es una relación amorosa y no con la burbuja color de rosa en la mente como se casa la mayoría. Es decir, que Yo la conocía y Ella a mí, y ambos sabíamos que lo que no cambió en el noviazgo jamás cambiaría en el matrimonio. También lo hice sabiendo que tal vez un día Ella ya no quisiera estar conmigo y en tal caso, Yo le abriría las puertas de mi casa de par en par para que se fuera. En eso, en la libertad y en la consciencia, es en lo que según Yo, debe basarse la unión de dos que se quieren y han decidido amarse, llámese esta unión de hecho o de derecho. Da lo mismo.

 

Y ese es el amor que hoy Ella y Yo celebramos; que a pesar de ser Yo algo machista (muéranse las feministas que me leen), de mis locuras (que por cierto pobre de Ella porque se me han agudizado con los años) y a pesar de los defectos que Ella tiene (que no voy a balconear aquí), estamos juntos por nuestra propia voluntad y en plena libertad de abandonar el barco cuando queramos. Hemos decidido aceptarnos tales y cuales somos, y no nos escondemos lo que somos porque no andamos quedando bien con nadie. Ni Ella con mis amistades, ni Yo con los cristianos. Somos como somos y punto. Ella es una cristiana devota; Yo un simpatizante del diablo, abierta y públicamente declarado. A pesar de todo esto (y muchas otras cosas), después de catorce años sigo viendo por sus ojos hasta que Ella (Yo me casé para siempre) decida lo contrario.

 

Ahora cuénteme: ¿Qué clase de amor es el que usted celebra hoy? Ahí me platica. Excelente fin de semana.

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