domingo, 28 de agosto de 2011

MENDIGANDO MILAGROS

BENITO JUÁREZ, personaje al que admiro, fue señalado por la iglesia en muchas ocasiones como “hereje” o “masón” debido a sus convicciones. Una de ellas era, por ejemplo, alentar al pueblo para que estudiara y se preparara incluso en cuestiones bíblicas y dejara de una vez por todas, de gastar los pocos centavos que tenía en limosnas para sus santitos. Limosnas que, obviamente, enriquecían no al cielo sino a la iglesia.

En diciembre del año pasado conocí a un limosnero ciego que decía: “No me da vergüenza pedir limosna porque, al final, acabo con más de mil pesos y gracias a eso tengo mi cuenta bancaria”. Es decir, que quizás el hecho de pedir era vergonzoso, pero las ganancias le motivaban a soportar tal afrenta. Y es esta, precisamente, la actitud que ahora toma la iglesia respecto a las reliquias de JUAN PABLO SEGUNDO. La actitud que, por cierto, siempre ha tomado en todo sentido.

El muñeco de cera que representa al PAPA muerto, cuyo pecho lleva, según esto, una cápsula de su sangre, recorre kilómetros en una peregrinación por algunos lugares de MÉXICO, pero no para alimentar la fe de los creyentes como se dice. La verdad, es que la iglesia mendiga dos que tres milagros para el beato, con el fin de pasar al cuarto paso en el proceso de santificación; la santificación misma. De tal suerte que, al exponer las reliquias, al haber estado cerca de ellas, no falte quién diga que se curó de algún cáncer, diabetes o incluso SIDA, milagrito que le servirá a la iglesia para declarar santo al denominado PAPA mexicano y así, aumentar sus ganancias y seguir alimentándose de los “indios mexicanos” tal como se hiciera desde la supuesta aparición de la virgen de GUADALUPE.

Y mi nación, mi pobre e ingenua nación, se hunde en esa maraña de intereses al aceptar, por más absurda que sea, la idea de que un hombre al que vimos y escuchamos hace a penas unos años aquí en la tierra y del que poco debe quedar de sus restos mortales, ahora posee dotes mágicas que le permiten ser mediador entre DIOS y el HOMBRE. Yo no creo en la santificación de los hombres, o al menos no como lo presenta la iglesia, pero si hubiera qué santificar a alguno, sería más bien a JUAN PABLO PRIMERO, quien habiendo despreciado la tiara papal y habiendo anunciado que vendería los bienes de la iglesia para ayudar a los pobres del mundo, murió, “inexplicablemente”, al mes de su entronización. ¿Qué hizo JUAN PABLO SEGUNDO para que la gente lo vea así? Muy simple: Solo se burló de los mexicanos cuando les dijo: “¡MÉXICO siempre fiel”! Se burló de ellos, de los creyentes, cuando fue y se declaró ferviente devoto de la virgen morena y la besó. Se burló de todos ellos las tantas veces que vino a MÉXICO, vio la situación precaria en la que el campo se hallaba y no destinó un solo peso para ese “MÉXICO siempre fiel” que tanto decía amar y, con todo eso, MÉXICO aún lo aclama.

Bien decía mi abuelita que, la diferencia entre el perro y el hombre, era que el perro a los tres días abría los ojos. Lo triste es que, a casi quinientos años, mi MÉXICO no los abre todavía y por lo que puedo apreciar, no piensa abrirlos pronto.

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